martes, 9 de noviembre de 2010

Tal cosa como el destino

NUEVE DE JUNIO DEL DOS MIL DIEZ


-...y tú, ¿eres feliz?-preguntó, incomodada por el silencio post-conversación seria.
-No.-dijo él con lo ojos mirando a los lejos, había un pequeño brillo en ellos.
-¿En serio?- Ella no era capaz de creerlo, él siempre tan radiante y animado, simulando ser el niño más feliz en el ancho y condenado planeta Tierra.
-En serio.-tragó saliva- pero han habido momentos en los que fui feliz.-¿Fuiste o estuviste?-lo miró dudosa.
-Estuve...- dijo mientras miraba al suelo y comprendió que su compañera estaba satisfecha con tal respuesta-¿y tú eres feliz?- Ella sólo se limitó a asentir levemente con la cabeza y murmurar un "sí" mientras miraba fijo como el semáforo peatonal cambiaba a verde.
Tenía que encontrarlo. “Llevo un elegante atraso de dos horas” pensé para mi. Era una fría tarde de verano y un amigo estaba celebrando su cumpleaños, hace dos horas claramente, pero poco me importaba. Estaba en mi lugar favorito - la plaza a dos esquinas de mi casa, esa con cuatro columpios y mucho pasto- además llevaba ya tres horas en con la cara enterrada entre aquellas páginas que había ido llenando con información –en tercera persona para distraer, claro-, era mi diario. Tres horas buscando ese algo, el evento, la palabra, la acción, lo que fuese que haya hecho que lo mejor de mi vida de desmoronara.
Por alguna extraña razón no era capaz de concentrarme, tal vez la melancólica música que estaba hiriendo mis tímpanos más y más con cada segundo que pasaba tenía algo que ver con ello, aunque lo dudo, supongo que era porque hace cinco días había dejado de ver –para siempre- a mi mejor amigo y novio, sin mi consentimiento, claro. Sí, era eso y era hora de admitirlo, a pesar de que el corazón se me había roto por primera vez hace años…al parecer puede seguir causando dolor a pesar de estar separado en mil pedacitos, y una que piensa que el amor es para toda la vida, “siempre este sí que es el indicado”.
Ese siempre ha sido mi problema, a mis casi 17 años me doy cuenta de que en verdad soy sólo una niña recién entrando en la pubertad, algo así como en los catorce o quince. Primera vez que he tenido más de dos espinillas en la cara, primera vez comprendo que no estoy en un cuento de hadas, ni una película, y mucho menos una novela. Recién a mis casi 17 años releo lo que escribo y me percato de que nunca va a llegar el tele novelesco cambio rotundo del tercer acto, en donde todo se arregla, todo brilla para llegar al final feliz. No, esas cosas no pasan en la realidad, no es verdad eso del amor verdadero, no puedes darle cósmica importancia a un simple evento terrenal, no existe tal cosa como el destino.
Estaba muy concentrada en mi conversación interna cuando de repente sentí un húmedo calor en mi cara, un golpe en la espalda y algo áspero y húmedo pasando por mi cara repetidas veces.
-Perdona.-escuché luego de unos segundos, un perro enorme se me había tirado encima y dicha voz era la de su dueño, quién me sacó al “animalito” de encima y me pasó un pañuelo.
-Perdón, a Cocoa le encanta la gente y no pensé que se iba a escapar.- Su dueño tenía una cara dulce, armoniosa y hasta algunas lo calificarían como perfecta. Pero debía mantener la compostura. “Esto no es una película ni una novela” me repetía en la mente.
-Da igual.- respondí finalmente, ya estaba pasando por muda- En mi casa mis dos perritas me hacen lo mismo, estoy como acostumbrada – acaricié el lomo de Cocoa.
- Sí, uno se acostumbra, especialmente si cometes el error de darles la confianza para subirse a las camas y dormir con uno.- sonríe, una sonrisa infantil dentro de su cara de 18 años.
- ¡Pensé que era las mías eran las únicas que tenían ese permiso! –
- Pero ¿de qué porte son? Porque esta gigantona ocupa casi toda mi cama.-
-Supongo que las dos juntas hacen casi una Cocoa- reímos.
-¿Vienes muy seguido por aquí? – su pregunta tan directa me perturbó, no sabía qué sería lo correcto de responder y opté por decir la verdad.
-En verano. Durante el año no tengo mucho tiempo por el colegio.-
-¡El colegio en una cárcel!- gritó, quedando en ridículo pero pareció no importarle, como si estuviese acostumbrado y se sentó a una distancia prudente.-Creo haberte visto antes.
- Yo… no he prestado mucha atención a mi alrededor últimamente, digo un perro gigante no me sorprendería si estuviese con los pies en la tierra.- me miró de una manera que fui incapaz de interpretar, y preferí no hacerlo. No podía creerlo, estuve reflexionado durante cuatro horas y ahora estaba junto a un extraño con el cual me sentía incomprensiblemente segura, con una fiesta de esperándome hace ya tres horas y contra todo principio recién obtenido por dichas reflexiones, lo estaba disfrutando.
-Veamos mañana.- dijo mi compañero. – ¿Tu nombre?
- Renée.- me sonrojé, posiblemente creyó que estaba bromeando.
- Yo soy Rafael.- tomó mi mano y la sacudió en señal de despedida. –Un gusto.
En seguida me recosté mirando al cielo anaranjado y tirité, el alumbrado de la calle se encendió, sonó mi celular, sin siquiera contestar me percaté de que ya era hora de irme.

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